MIS POSIBILIDADES DE VIDA ERAN DEL 5%
“Esta es la historia de un sobreviviente, Manuel Cajahuanca, que le hizo frente a la muerte cuando esta llegó en forma de llamarada sobre su cuerpo”
Manuel Cajahuanca (58) no recuerda bien cómo es que el fuego llegó a arder sobre su cuerpo. Recuerda que, como era ya rutina, el 25 de julio del 2016 se subió a un camión de gas a granel para conducirlo de Lurín a Lima; recuerda que la noche que todo sucedió había tomado el segundo turno de trabajo, eran las siete; y recuerda que en un punto del trayecto estacionó al lado de la carretera porque empezó a sentir un olor extraño. Para el momento en que bajó del camión todo sucedió demasiado rápido: una peste cada vez más intensa al lado del camión, una manguera con fuga, una chispa que salió de la nada, y luego llamas sobre su piel.
Corrió hacia la tierra, recuerda, y mientras rodaba al lado del camino silencioso, la única respuesta que recibían sus gritos desesperados, “¡Ayuda!”, era el eco de los mismos. Durante el 2016 la Unidad de Quemados de la Clínica San Pablo, una de las más importante del país, tuvo treintaiún egresos de pacientes con diagnóstico de quemaduras, todos en condición de aliviados o curados en su totalidad. Antes de convertirse en uno de esos sobrevivientes, Manuel Cajahuanca fue una estadística: fue parte del 45% de personas ingresadas y calificadas como Gran Quemados -con heridas realmente graves-.
Algunas se reportaron con hasta el 92% de la superficie de la piel quemada; sin embargo, como él, todas tuvieron una evolución y resultado exitosos. Solo que en el momento del accidente toda solución parecía imposible. Solo había miedo.
Pasaron varios minutos hasta que su compañero de viaje lo auxilió echándole agua con una manguera. Para el momento en que él lo bañó totalmente, la piel de Manuel ya había sido carcomida por el fuego. Dos horas más tarde, en el hospital, le diagnosticarían quemaduras de segundo y tercer grado, le dirían a sus familiares que tenía más del 75% del cuerpo quemado y que sus posibilidades de sobrevivir eran del 5%. A Manuel Cajahuanca se le daba por muerto. Pero él no supo nada de eso en el momento en que sucedía: estaba totalmente inconsciente. Y ya lo estaba cuando, luego de recibir agua a manguerazos, una ambulancia lo trajo hasta Lima. Cuando pasó el umbral de la unidad de quemados de la Clínica San Pablo solo recuerda oír voces: “veinte miligramos de aquello”, gritaban los doctores. “Tranquillo, ya llega el especialista”. Antes de entrar al quirófano, el doctor José Córdova – quien le salvó la vida- cuenta que pasó una hora hasta que el cuerpo del paciente Cajahuanca estuvo apto para la operación.
“Representaba todo un reto para el tratamiento de la quemadura porque era diabético, hipertenso y obeso cuando llegó”. Con los ojos cerrados y sin conciencia, aquella noche, lo empujaron con urgencia sobre la camilla hasta la sala de operaciones.
Una enfermera le hizo la pregunta una vez había salido del coma inducido. “¿Qué día es hoy?”. Pero Manuel Cajahuanca no dijo nada. “Veintitantos de julio”, susurró luego de un breve silencio”. Ella lo detuvo: “No, ya estamos terminando setiembre”. Él rompió en llanto. “Es muy triste no poder recordar lo que ha sucedido en ese tiempo con tu vida”, dijo entre sollozos cuando nos habló para esta entrevista.
Hoy tiene la oportunidad de contarlo, de considerarse un sobreviviente, como le habían dicho los doctores. A veces los héroes llevan capa, otras: bata de hospital.
Que Manuel Cajahuanca pueda hoy caminar es producto de, lo que los doctores llaman, un milagro médico. Estuvo dos meses hospitalizado y en cinco oportunidades casi no sobrevive.
Perdía mucha sangre y muy seguido. En una de esas trágicas alertas, cuando el paciente ya llevaba dos meses internado, el doctor José Córdova no estaba en Perú. Acababa de llegar a Miami para ser expositor en el Congreso Mundial de Quemaduras organizado por la Sociedad Internacional de Quemaduras.
En su camino a Cayo Hueso, una llamada desde Perú hizo vibrar su celular. Contestó y al otro lado de la línea se escuchó una voz decía enérgicamente: el paciente está pasando por un shock séptico. El doctor controló la situación. En el quirófano se le administraron veinte unidades de sangre: cinco litros, casi la cantidad total que circula por un cuerpo promedio.
Manuel Cajahuanca pasó, un par de veces más, por situaciones similares hasta que su estado se estabilizara y pudo, luego de varios meses, abrir los ojos.
Hace poco más de dos meses, empezó su rehabilitación. Pero que pueda volver a correr o a sentarse tras un volante depende mucho de él. Como le dijeron los doctores:
voluntad. Pasaron tres meses para que pudiera levantarse de la cama luego de salir del coma y, cuando pudo hacerlo, lo primero que hizo fue mirar al cielo y decir: “Gracias”.
Manuel Cajahuanca pasó de la completa quietud a una silla de ruedas, luego a un par de muletas y luego a moverse por su propia cuenta, aunque aún con dificultad.
Él recuerda bien: al principio lo levantaban entre cuatro de la cama, daba un paso o dos y luego volvían a sentarlo. “Mañana otro más”, le decían. Luego ya pudo hacerlo por su cuenta. Este paciente se levanta de su cama a diario y paso a paso se enfrenta al desafío de vivir. Como si hubiera vuelto a nacer.